miércoles, 20 de junio de 2012

La clave para concretar proyectos (sin morir en el intento)


“Subió una Mona a un nogal,
y arrancando una nuez verde,
en la cáscara la muerde,
lo que le supo muy mal.
Arrojóla el animal,
Y se quedó sin comer.
Así suele suceder
a quien su empresa abandona,
porque halla, como la Mona,
al principio qué vencer”.

Fábula “La Mona” de Félix María Samaniego

En el camino de búsqueda de una ética del trabajo, muchos individuos se topan con el interrogante de hasta qué punto es redituable perseverar en proyectos que presenten objeciones u obstáculos para su concreción. Sea porque el resto los considera improductivos o porque nosotros mismos, influenciados o no por los cuestionamientos ajenos, llegamos a entrar en controversia con nuestras ideas previas, es común que optemos por abandonar el proyecto y hacer foco en nuevos asuntos. Sin embargo, es esta una actitud facilista, que seguramente nos deje como a “La Mona”, que por desechar una nuez verde se quedó sin comer, en lugar de aguardar a que madurara.

Numerosas veces debemos lidiar con opiniones que a simple vista pueden considerarse “destructivas”, por su carácter detractor. Incluso, es probable que sean más las palabras que recibamos de desánimo que los alicientes que encontremos para concretar nuestros afanes de progreso. No obstante, nunca debemos permitir que una crítica tire por la borda nuestras aspiraciones. Más bien, debemos aprender a tomar de ellas el lado positivo, y proponernos el desafío de mejorar nuestra empresa, procurando el diseño de estrategias y tácticas que conviertan nuestro programa en el proyecto ideal. Esto no significa que en la realidad trabajemos con ideales, ni que debamos convertirnos en seres ambiciosos, pero es plausible que si nos proponemos grandes objetivos lleguemos más lejos que si desde un comienzo planteamos la meta con límites sellados, inamovibles. Es cuasi ley empírica: si apuntamos alto, tenemos margen para caer sin llegar a perecer; si apuntamos bajo, seguramente perezcamos ante el primer tropezón.

Toda gran obra comienza con un sueño. Alguien sueña el proyecto y más tarde evalúa sus posibilidades de concreción. Una vez evaluado, lo cree posible. Es entonces momento de poner manos a la obra que fue soñada y... Voilà! El sueño se convierte en realidad.

El único secreto del éxito en la concreción de proyectos es la perseverancia. Sí, el ya famoso cliché “persevera y triunfarás”, ni más ni menos.

Cuando alguien se muestra abatido, y cree que luchar no vale la pena, cuando su voluntad se quiebra ante los avatares de una vida posmoderna ligera, en la que todo es descartable, siempre suelo recordarle mi aforismo de cabecera, unas sencillas palabras escritas por Carlos González Pecotche que cuando era pequeña llegaron en un libro a mi vida:

“Nada se obtiene sin lucha, nada sin esfuerzo ni alegría. Alegría que renace de sólo saber que mientras hay lucha, hay vida; que la vida se reproduce y que las probabilidades de vencer aumentan redoblando los esfuerzos hasta alcanzar el triunfo”.

Con olor a naftalina, en una página amarilla de un coleccionable de Larousse del año ’87, sigo guardando esa máxima inmortal que convierte cada crítica destructiva en un nuevo desafío.

La voluntad es la clave. La persistencia es el arranque que enciende el motor de la consecución de nuestros propósitos. La paciencia y la insistencia son los valores que debemos recuperar. Es necesario además confiar en nuestras determinaciones. Atreverse a seguir adelante y defender nuestras ideas, una actitud en vías de extinción…

El esfuerzo dignifica, y es esa la concepción que debemos tener en nuestros proyectos de trabajo. El libre andar del holgazán tienta al que piensa en la vida fácil, cómoda, sin responsabilidades ni preocupaciones. Sin embargo, el holgazán nunca llega lejos, y ningún sueño se concreta con holgazanería.

Perseverar significa mantenerse constante en la prosecución de lo comenzado. Perseverar es no abandonar, es no arrojar la nuez verde porque en un principio supo mal. Es apelar a nuestra voluntad para seguir adelante. Perseverar es también ser tolerante, tener la suficiente paciencia para dejar que el proyecto madure, intentando generar las condiciones más propicias de maduración. No debemos pensar en descartar el proyecto ante la primera afrenta, sino en agudizar nuestro ingenio para perfeccionar su entorno de desarrollo al punto de reducir al máximo las objeciones que pudieran surgir. Podrá parecer un gran desafío, pero vale la pena intentarlo. La historia de la humanidad nada sería sin hombres perseverantes que concretaron lo que alguna vez soñaron.

Ninguna coyuntura es casual. No es casual que la frase de González Pocotche haya llegado a mi vida y no será casual para quien lea este artículo sentir que en sus manos tiene una nuez verde que pensó en arrojar. Y, como apunto alto, mi gran meta es lograr a través de estas breves líneas que esa nuez en su mano se convierta en un apetitoso alimento para este invierno.