“Subió una Mona a un nogal,
y arrancando una nuez
verde,
en la cáscara la
muerde,
lo que le supo muy mal.
Arrojóla el animal,
Y se quedó sin comer.
Así suele suceder
a quien su empresa
abandona,
porque halla, como la Mona,
al principio qué vencer”.
Fábula “La Mona” de Félix María Samaniego
En el camino de búsqueda de una ética del trabajo, muchos individuos
se topan con el interrogante de hasta qué punto es redituable perseverar en
proyectos que presenten objeciones u obstáculos para su concreción. Sea porque
el resto los considera improductivos o porque nosotros mismos, influenciados o
no por los cuestionamientos ajenos, llegamos a entrar en controversia con
nuestras ideas previas, es común que optemos por abandonar el proyecto y hacer
foco en nuevos asuntos. Sin embargo, es esta una actitud facilista, que seguramente
nos deje como a “La Mona”, que por desechar una nuez verde se quedó sin comer,
en lugar de aguardar a que madurara.
Numerosas veces debemos lidiar con opiniones que a simple vista pueden
considerarse “destructivas”, por su carácter detractor. Incluso, es probable
que sean más las palabras que recibamos de desánimo que los alicientes que
encontremos para concretar nuestros afanes de progreso. No obstante, nunca
debemos permitir que una crítica tire por la borda nuestras aspiraciones. Más
bien, debemos aprender a tomar de ellas el lado positivo, y proponernos el
desafío de mejorar nuestra empresa, procurando el diseño de estrategias y
tácticas que conviertan nuestro programa en el proyecto ideal. Esto no
significa que en la realidad trabajemos con ideales, ni que debamos
convertirnos en seres ambiciosos, pero es plausible que si nos proponemos
grandes objetivos lleguemos más lejos que si desde un comienzo planteamos la
meta con límites sellados, inamovibles. Es cuasi ley empírica: si apuntamos
alto, tenemos margen para caer sin llegar a perecer; si apuntamos bajo,
seguramente perezcamos ante el primer tropezón.
Toda gran obra comienza con un sueño. Alguien sueña el proyecto y más
tarde evalúa sus posibilidades de concreción. Una vez evaluado, lo cree
posible. Es entonces momento de poner manos a la obra que fue soñada y... Voilà! El sueño se convierte en realidad.
El único secreto del éxito en la concreción de proyectos es la
perseverancia. Sí, el ya famoso cliché “persevera
y triunfarás”, ni más ni menos.
Cuando alguien se muestra abatido, y cree que luchar no vale la pena,
cuando su voluntad se quiebra ante los avatares de una vida posmoderna ligera, en
la que todo es descartable, siempre suelo recordarle mi aforismo de cabecera,
unas sencillas palabras escritas por Carlos González Pecotche que cuando era
pequeña llegaron en un libro a mi vida:
“Nada se obtiene sin lucha, nada sin
esfuerzo ni alegría. Alegría que renace de sólo saber que mientras hay lucha,
hay vida; que la vida se reproduce y que las probabilidades de vencer aumentan
redoblando los esfuerzos hasta alcanzar el triunfo”.
Con olor a naftalina, en una página amarilla de un coleccionable de
Larousse del año ’87, sigo guardando esa máxima inmortal que convierte cada
crítica destructiva en un nuevo desafío.
La voluntad es la clave. La persistencia es el arranque que enciende
el motor de la consecución de nuestros propósitos. La paciencia y la
insistencia son los valores que debemos recuperar. Es necesario además confiar
en nuestras determinaciones. Atreverse a seguir adelante y defender nuestras
ideas, una actitud en vías de extinción…
El esfuerzo dignifica, y es esa la concepción que debemos tener en
nuestros proyectos de trabajo. El libre andar del holgazán tienta al que piensa
en la vida fácil, cómoda, sin responsabilidades ni preocupaciones. Sin embargo,
el holgazán nunca llega lejos, y ningún sueño se concreta con holgazanería.
Perseverar significa mantenerse constante en la prosecución de lo
comenzado. Perseverar es no abandonar, es no arrojar la nuez verde porque en un
principio supo mal. Es apelar a nuestra voluntad para seguir adelante.
Perseverar es también ser tolerante, tener la suficiente paciencia para dejar
que el proyecto madure, intentando generar las condiciones más propicias de
maduración. No debemos pensar en descartar el proyecto ante la primera afrenta,
sino en agudizar nuestro ingenio para perfeccionar su entorno de desarrollo al
punto de reducir al máximo las objeciones que pudieran surgir. Podrá parecer un
gran desafío, pero vale la pena intentarlo. La historia de la humanidad nada
sería sin hombres perseverantes que concretaron lo que alguna vez soñaron.
Ninguna coyuntura es casual. No es casual que la frase de González
Pocotche haya llegado a mi vida y no será casual para quien lea este artículo
sentir que en sus manos tiene una nuez verde que pensó en arrojar. Y, como
apunto alto, mi gran meta es lograr a través de estas breves líneas que esa
nuez en su mano se convierta en un apetitoso alimento para este invierno.